lunes, 17 de enero de 2011

Almorzando con "Megachile Centucularis"


Tenía ya yo más de 20 años cuando un verano de vuelta en casa, mi padre me hizo notar un insecto que entraba volando a la cocina. Que es eso? Le pregunté.
“Esperá y mirá lo que hace!” me dijo.
El insecto que parecía una abeja, recorrió la distancia que lo separaba del reloj “Cu-Cú” que colgaba de la pared posterior. Y se plantó suspendido en el aire frente al péndulo que oscilaba imperturbable ante su presencia.
Se podía ver que transportaba en sus patas algo así como un pedazo de hoja. Pero en ese momento no pude definirlo con certeza. Aquel “suplemento” entre las patas lo hacía, mucho más intimidante.
Allí parado estuvo unos segundos como esperando algo. Luego para mi sorpresa, y en un acto calculado, se metió por la rendija del péndulo y desapareció de mí vista.
Es increíble! dije sorprendido. Mi padre me comentó que hacía más de una semana que había comenzado ese “rito”, y él también sorprendido la había dejado “hacer”.
De hecho, lo de trasponer el péndulo me parecía ya sorprendente. Pero para llegar a ese lugar debía primero abrirse paso entre las tiras de la cortina (anti-moscas) de la puerta que comunicaba la cocina con el jardín. Y para hacerlo era necesario esperar a que el viento la moviera o que alguno de nosotros la corriera al pasar.
Bastante más tarde supimos que se trataba de una abeja cortadora de hojas. Insecto que construye sus nidos con hojas que enrolla en forma de canutos. Durante aquel verano muchas veces la “abeja” interrumpía la conversación de nuestros almuerzos cuando alguien soltaba un “ahí viene!” o “allá va”!. Era indudable que el insecto estaba construyendo su nido dentro de nuestro reloj Cu-Cú. Pero nadie se animó a perturbar semejante acto de destreza y creatividad. Estábamos ante un espectáculo único. Impedir el hecho, hubiese sido como interrumpir una magnífica sinfonía. Un sacrilegio! Algo así como el rechazo de un regalo.
Algunas semanas antes de que terminara el verano, la abeja dejó de visitarnos. Y ya llegado el otoño decidí mirar dentro del reloj. Así que cuidadosamente retiré la tapa posterior y observé unos canutos de hojas metidos unos dentro de los otros, formando una especie de habano de 6 o 8 secciones. Volví a dejar todo como estaba y colgué el reloj otra vez en la pared.
Para sorpresa de todos, al verano siguiente se volvió a repetir la misma historia. Y por más de 5 años generaciones sucesivas las “Megachile centuncularis” cumplieron rigurosamente el rito del reloj Cu-Cú de nuestra cocina.
No me cabe duda de que el instinto es una de las formas del conocimiento. Tampoco encuentro inconveniente para explicarme que las hembras que nacieron dentro del reloj, tenían claro en su memoria la ubicación del lugar exacto.
Lo que me deja preguntas sin responder es: ¿De que manera pudo transmitirse esa habilidad para trasponer los obstáculos que conducian a un lugar tan insólito como complicado? Puedo entender la casualidad de la primera madre, pero el resto se parece mucho a una obstinación genética.

3 comentarios:

José Martín dijo...

Qué linda historia. Es increíble la inteligencia de esos y otros "bichos". Acá en casa los habíamos visto sin identificar qué eran ni cómo se llamaban. Hay una cualidad que no debemos dejar de lado nunca, que es la de "dejarnos sorprender" por las cosas cotidianas, simples y llanas de la vida. Es hermoso que una familia entera haya estado atenta a acontecimientos tan "minúsculos" pero no por eso menos importantes.

manuedu dijo...

Que Interesante !!! Eduuu
tal vez sea esa la evolución....no?

Anónimo dijo...

Gracias Por los comentarios! Creo que si Dios nos muestra estas cosas es para que entendamos alguna cosa. Rescato la actitud de mi padre, que nos transmitió la observación de la naturaleza, como quien sabe escuchar una buena música o apreciar un bello cuadro.
Estoy seguro que cualquier otro la hubiese espantado o hechado "Raid".