viernes, 10 de diciembre de 2010

La fragilidad de la civilización

Insisto sobre el mismo tema pero desde otro ángulo. Me disculpo por la recurrencia.




La fragilidad de la civilización.

El increíble avance tecnológico de la humanidad en las últimas cinco décadas, ha permitido que el ser humano ganase infinidad de comodidades que eran impensadas hasta hace tan solo un siglo atrás. En este corto período, el mundo ha saltado del asombro que significaba la radio de transistores a la maravilla de Internet en un paso tan acelerado como sin pausa. Pero este salto, lo ha sumido también en una peligrosa dependencia que puede colocar al hombre urbano al borde de un abismo.
Como ocurre en muchos casos en la propia naturaleza, la ganancia de agilidad y velocidad se logra bajo el costo de una mayor fragilidad.
La sociedad moderna aunque ágil y veloz como jamás la haya conocido antes la historia, se ha vuelto así también sumamente frágil. Todo depende de la energía eléctrica. Toda la potencia productiva de la civilización, la red financiera y doméstica, el transporte y la cadena de distribución. Así mismo, la inmensa mayoría de la provisión de agua depende de la electricidad. Y no contentos con ello, hemos sumado en los últimos 20 años la casi exclusiva dependencia de las comunicaciones a través de internet y su red satelital. ¿Pero a donde pretendo llegar con todo este discurso?...
No es difícil deducir para el lector, que intento referirme al hipotético caso de una suspensión general de la energía eléctrica. Y peor que eso, a la destrucción de gran parte de la tecnología eléctrica que sostiene el actual modo de vida.
Una tormenta solar como la que ya ocurrió en 1859: Pues bien, en aquella época hacía apenas 15 años que el hombre se adentraba en la utilización de la electricidad con el advenimiento del telégrafo. Su uso por lo tanto, a excepción de la telegrafía estaba limitado casi exclusivamente al plano científico. La incipiente industrialización de la civilización, basaba por entonces su fuerza en la maquina de vapor.
No existían redes domiciliarias, las sociedades urbanas estaban organizadas para prescindir de lo que aún no conocían. De hecho, cuando sucedió la extraordinaria tormenta de 1859 en nada afectó la vida de las personas de entonces.
Ocurrió sin embargo que los cables del telégrafo se derritieron, llegando a producir incendios en algunas estaciones. La aureola boreal pudo ser vista desde el caribe en un espectáculo único para esa latitud.
En la actualidad. Un hecho de las mismas características podría producir una catástrofe humana de proporciones. Muy particularmente en todos los grandes centros urbanos.
Se deduce que no es la tormenta solar en sí misma, un peligro para la vida en el planeta. Pero sí en cambio, es un peligro para la civilización. Es un peligro para el hombre pues no hay mayor peligro para la especie humana que el que proviene de su propia naturaleza. No es el hombre el que ha evolucionado sino la escenografía que lo encuadra. Una escenografía que sostiene su continuidad en una larga cadena de eslabones forjados desde la escritura, afianzados por la imprenta y difundidos explosivamente por el “Big-Bang” de la internet. Pero el haber aprendido a “pulsar los botones” no significa ser parte del avance de la tecnología y mucho menos de su conocimiento generador. Y aunque lo fuera, que no lo es. El conocimiento por si mismo, no garantiza la intención.
Hablo de que no ha existido una evolución espiritual del hombre. No estamos frente a un mejor ser humano sino frente a un ser humano contenido en una sociedad que reprime sus miserias y observa sus actos. El hombre en su esencia, sigue siendo el mismo. Y fuera de esta matriz civilizada que lo contiene y lo controla, no sabemos cual puede ser su reacción frente a la necesidad desbandada de multitudes millonarias.
Lo que hoy vemos como una diferencia de actitud en este entorno civilizado, es apenas una diferencia de grado y no de naturaleza.
En mi opinión, bajo la escenografía del consumismo, aún se satisface agazapada la misma voracidad germinal de hace más de 5000 años.
Nada es más frágil a una tormenta solar que internet y su red satelital. Pero resulta que el dinero de las personas en el mundo, depende hoy de este medio. Y ese es solo el comienzo. Pues ningún satélite se repone de un día para otro. Ningún transformador de alta tensión se construye y se instala en un corto tiempo. Los países incapaces de producir su propia tecnología, enfrentarán así una dificultad adicional.
Ante esta hipótesis, mi puntual temor se centra sobre los grandes centros urbanos. Pues confío que ante una contingencia de este tipo, las pequeñas comunidades despertarán su natural impulso tribal para actuar en solidaridad.
Es cierto que la solidaridad podrá manifestarse también en un principio en las grandes ciudades, pero carecerá de la fuerza necesaria para prolongarse en el tiempo.
Hace ya casi una década que la NASA conjetura y advierte de la posibilidad de un hecho de esta naturaleza. Las últimas noticias dicen que la Agencia Espacial Norteamericana está trabajando en un sistema de alerta prematura, que permitirá advertir con más de 24 horas de anticipación, sobre la eyección desde el sol de un flujo electromagnético de estas características. Lo cual, daría tiempo a las centrales eléctricas a desconectar sus sistemas y disminuir así los daños.
Pese al “tono” apocalíptico de este escrito. Mi sola intención es que el lector detenga el paso y reflexione sobre un hecho posible que ya sucedió hace solo 150 años, y que volverá a suceder. Y no es aquí el caso de que la naturaleza se levanta contra la humanidad. Pues queda claro que el pulso que anima el cosmos es solidario con la vida, pero no significa por ello que también lo sea con el capricho tecnológico del hombre. Pues es el hombre apenas, uno de los modos de expresión de la vida y no su razón última y fundamental.